Antoine Lavoisier no era un simple químico. Fue uno de los padres de la ciencia moderna: identificó y nombró el oxígeno, revolucionó la química y ayudó a crear el sistema métrico.
Pero ni su genio ni sus contribuciones lo salvaron.
En plena Revolución Francesa, fue acusado, por Robespierre, de "enemigo de la República" por haber trabajado como recaudador de impuestos.
La ciencia no importó.
Lo importante era la ideología.
El 8 de mayo de 1794, fue guillotinado. Cuentan que pidió un aplazamiento para terminar sus investigaciones… pero la respuesta fue brutal: “La República no necesita sabios.”
La frase quedó grabada como símbolo de los excesos de una revolución que devoró a sus propios hijos. Años más tarde, el propio tribunal reconoció que la condena fue injusta.
Lavoisier fue ejecutado por lo que representaba, no por lo que hacía.
¿Hasta qué punto puede una revolución sacrificar el conocimiento en nombre de la pureza política? ¿Qué otras mentes brillantes se perdieron por el fanatismo?
¿Estamos hoy tan lejos de eso?
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