Rechazó mudarse a la casa de beneficencia del condado. En su lugar, compró un caballo desechado llamado Tarzán, se puso un overol de hombre, cargó a su perro mestizo Depeche Toi, y partió hacia el oeste... sin mapa, sin dinero, sin garantías.
Sólo llevaba consigo un profundo ánimo: la esperanza de que los estadounidenses aún eran capaces de bondad.
Durante casi dos años, Annie recorrió más de seis mil kilómetros a caballo, cruzando montañas, ríos, tormentas de nieve y autopistas modernas.
Atravesó un país que cambiaba rápidamente, en plena era del automóvil, cuando la televisión comenzaba a encerrar a las personas en sus casas y la desconfianza ganaba terreno.
Pero ella, a paso lento y con su modesto trío, recordó a toda una nación lo que era la hospitalidad.
En su viaje conoció tanto a gente común como a famosos: Andrew Wyeth, Groucho Marx, Art Linkletter… Le ofrecieron trabajo, casa, incluso matrimonio. Pero Annie solo tenía un destino en mente: el Pacífico.
Y lo logró.
Con su tenacidad y dulzura, Annie se convirtió en símbolo de resistencia, libertad y humanidad.
No solo desafió la muerte, también cabalgó contra el olvido, recordándonos que ningún sueño es demasiado grande, ni ningún camino demasiado largo… cuando se recorre con ánimo.

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