El balón que cruzó el muro
La ciudad está dividida por un muro frío, de hormigón y alambradas de espino, una cicatriz que separa familias, amigos y destinos.
De un lado, Alemania Occidental; del otro, Alemania Oriental, donde la vigilancia es implacable y la libertad parece un sueño lejano.
En una tarde gris, un niño juega con su balón en el lado occidental.
Ríe, corre, patea sin preocupaciones… hasta que, con un mal golpe, el balón cruza la frontera prohibida y cae en la tierra de nadie, justo ante los pies de un guardia del lado oriental.
Silencio.
El soldado, de uniforme oscuro, lo recoge lentamente.
Sujeta el balón con firmeza, sus ojos recorren el muro y las miradas que lo observan desde el otro lado.
Su deber es claro: ignorarlo, confiscarlo… o algo peor.
Pero, por un instante, su rostro se suaviza.
Recuerda algo… quizás su propia infancia, antes de que los muros dictaran quién era libre y quién no.
Con un gesto rápido, desafiante y casi humano, lanza el balón de vuelta, el niño lo atrapa con asombro y una sonrisa ilumina su rostro.
Pero el guardia ya ha vuelto a su posición, impasible, como si nada hubiera pasado.
A veces, incluso en tiempos oscuros, la humanidad se filtra a través de las grietas del destino

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