20240902

 

                          LA CENA

Llego a mi casa como todos los malditos días.
La relación con mi esposa ha estado algo difícil en estos últimos meses.
Es hora de entrar a casa.
Nadie me recibe en la entrada.
Supongo que ha de seguir enojada conmigo.

Dejo mi maletín en mi despacho, me quito la corbata y los coloco en el sofá.
Entro al comedor y me siento en la mesa.
Cómo siempre, la vajilla está dispuesta de manera impecable cómo en un restaurante de primera.
Será servicio para una persona.

Mi mujer ya no come conmigo.
Desde aquella discusión que tuvimos, aquella mañana, dejamos de hablarnos, pero seguimos juntos, esa promesa la hicimos en el altar.
Me serví agua, a pesar de que esta no tiene sabor, puedo decir que la que me sirve mi esposa es la más deliciosa, la temperatura perfecta.

De la cocina sale un olor delicioso, cómo a pan de ajo y albóndigas de carne en salsa de tomate.
Probablemente, el menú de la cena será italiano.
Se abre la puerta de la cocina.
Aparece mi mujer con la fuente de comida.
Acerté, cenaré espagueti.

Al verla la saludo con un "buenas noches", ella no contesta.
Intento sacar conversación, preguntándole sobre su día.
Ella sólo me mira a los ojos mientras se sienta en la silla de enfrente.
Por unos instantes me quedo callado.

El silencio me tortura.
Su silencio siempre ha sido el castigo que más me hace daño.
Prefiero que me maldiga a que calle.
Vuelvo a la carga expresando mis quejas hacia mis compañeros de trabajo.
Ella sólo me mira con paciencia.

Ella observa que termino mi suculento platillo y me recoge los platos para llevarlos al fregadero.
Momentos después, regresa con una taza de té y un par de galletas.
A pesar de su enojo, me ofrece un postre.
Sorbo tras sorbo sólo nos vemos las caras.

Al terminar, ella recoge los restos de la vajilla y se va a la cocina.
Religiosamente, lava los cacharros y limpia el comedor.
Yo, ya dado por vencido, me encamino a desvestirme, a nuestra habitación.
Una veintena de minutos después, siento como se hunde el colchón, ella está allí, acostada a mi lado.
Cierro los ojos y me dispongo a dormir.

Momentos después, oigo voces que me espantan el sueño, estas provienen de la ventana que da a la calle.
Por como arrastran las palabras al hablar, creo que son dos borrachos.
Oigo, claramente, lo que dicen, pero no los comprendo, no sé lo que quieren decir.

Literalmente están diciendo lo siguiente:
-"Aquí, en este basurero, vivía Ignacio Rojas, con su esposa.
Los malas lenguas dicen que, un día por la mañana, antes de que se fuera a trabajar, discutieron él y su mujer. No se sabe el motivo.

Él se fue a trabajar y ella se quedó con su coraje atorado en su alma.
Total, que una hora antes que el hombre llegara, la mujer cerró las ventanas y dejó abierta la llave del gas para cuando el hombre llegara volar los dos.
Quince minutos antes que este llegara, un corto circuito, hizo estallar la casa con la mujer adentro.
Ignacio perdió toda cordura, pues amaba, con locura, a su mujer.

Después del funeral, todos los días, el triste hombre viene a estas ruinas, que quedaron de su antigua casa, y se pone a hablar solo, al parecer con su ya difunta mujer.
Luego se sienta en una mesita de madera, donde antes era el comedor, y cena los desperdicios encontrados en los basureros.
Por último, se viene a esta habitación que está detrás de nosotros para despedirse del día.

La gente que pasa por aquí durante la noche dice que lo han escuchado llorar.
A mí me ha tocado oírlo un par de veces".


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