COPA DE RECUERDOS.
No te recuerdo muchas veces, lo sé, pero eso no quiere decir que te haya olvidado.
Con silencio, te guardo en el último cajón de mi memoria, en ese qué tiene doble cerrojo, para tener presente que no debo abrirte de nuevo.
Pero yo cometí un error intencionado, te he colocado en el cajón que está a lado de la variedad de mis vinos, y así tener una excusa para pensarte por ratos.
Una vez bebida una botella de vino finjo no estar en mis sentidos y saco mi botella favorita de aquel cajón prohibido para beber un sorbo, o todo, de tus recuerdos.
La sensación de tus palabras y de esas promesas eternas de amor, que me hiciste, se deslizan dulcemente por mi garganta, dejándole una amarga nostalgia a mi herido corazón.
Le hago creer, a mi raciocinio, que estoy embriagado y que no te bebo nuevamente por amor; no obstante, cada parte de mi cuerpo sabe que quiero extrañarte, sin importar el dolor.
Tomo la siguiente botella, hecha de caricias y besos tuyos de antaño, cuando, supuestamente, me querías, y me sirvo la primera copa con el anhelo insaciable de sentirte en mi piel.
Dejo que el alcohol, de la melancolía, me ahogue, para recordarte en mi abismo de agonía, no siendo responsable de mi conducta, posponiendo todo, hasta el sol del siguiente día.
Para el momento de la resaca, ya me se la rutina, me pongo una mano en la cabeza para escuchar los reproches de mi consciencia, con la nauseabunda culpabilidad de no resistir a tu ausencia.
Y entre quejas y más quejas, me meto en la ducha, dándole la razón a mi consciencia, mientras mi corazón, rebelde, dice que no olvidará ningún beso tuyo, ni mucho menos, tú existencia.
Zua Derid.
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