20250905
“La pasajera de la ventana 6”
El tren iba casi vacío aquella mañana. El viejo Karl siempre tomaba el mismo vagón, el mismo asiento, junto a la ventana 6. No porque fuera el más cómodo, sino porque ahí fue donde la conoció.
Esa mañana de invierno, mientras la nieve caía suave como un secreto, un niño se sentó frente a él. Llevaba la mochila en el regazo y los ojos llenos de curiosidad.
—¿Va muy lejos, señor? —preguntó el niño.
Karl levantó la vista con una sonrisa.
—Tan lejos como mi memoria me lo permita.
—¿Y eso cuánto es?
—Lo justo para volver.
El niño no entendía del todo, pero le gustó la respuesta.
—¿Qué lleva ahí? —señaló una cartera de cuero antigua entre sus manos.
Karl dudó. Luego la abrió despacio. De ella sacó una foto, ajada por el tiempo.
Era una mujer joven, con expresión suave y ojos que miraban más allá del marco.
—Ella se llamaba Helene —dijo el anciano—. La conocí en este tren, hace más de sesenta años. Se sentó aquí mismo. Le presté mi abrigo porque llovía. Y me prestó su nombre por el resto de mi vida.
El niño se quedó en silencio.
—¿Y qué pasó?
—La amé. Luego la perdí. Pero nunca dejé de encontrarla en los lugares donde fuimos felices.
—¿Y por eso vuelve al tren?
Karl asintió.
—A veces, uno no viaja para llegar a un sitio. Viaja para volver a lo que nunca debió irse.
El niño miró la foto con respeto. Luego miró al anciano.
—¿Cree que ella aún lo ve?
—Tal vez —dijo Karl—. O tal vez soy yo quien necesita verla de nuevo.
Cuando el tren frenó en la estación, Karl se levantó con dificultad. Le entregó al niño la foto, con delicadeza.
—Guárdala. Y cuando te enamores… no esperes tanto para volver a mirar por la ventana.
El niño asintió, sin palabras. Y vio cómo el anciano se bajaba del tren, caminando lento, pero firme.
A veces, los viajes más largos… son los que damos hacia adentro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario