20220227

 

                       POEMA 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos». 
 
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 
 
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería. 
 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
 
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 
 
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca. 
 
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 
 
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 
 
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 
 
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
 
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

 

Carta de Miguel Hernández a Josefina Manresa
 
Mi querida Josefina:
Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo.
 
Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo.
 
Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene. Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva en el Paraíso.
 
¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acordarme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiempo pasa de prisa, para nadie es más verdad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la tierra.
 
Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el día ventinueve de este mes. No quisiera pasar, ese día lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera. Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina que crezca fuerte y defendido contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla.
 
No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras que ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Manolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra (...).
 
Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por ahora no puedo contestarle, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga ésta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue a tus manos.
 
Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas.
Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la semana solamente.
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y ... perdido de tu preso
 
Miguel
¡Adiós!

 

 

Un cuento muy sabio sobre las relaciones tóxicas
 
«Érase una vez una niña. Era muy feliz y le encantaba perseguir las mariposas, corriendo por los hermosos campos verdes donde vivía. Un día soleado ella, como de costumbre, iba detrás de una mariposa azul, cuando, de repente, se topó con un sapo enorme lleno de verrugas.
¡Qué asco! -exclamó la niña, tapándose la boca.
-Es posible que te dé asco, pero soy un principe encantado.
NO puede ser -dijo la niña incrédula.

-Es verdad afirmó el sapo-. Una bruja me lanzó un hechizo. En realidad soy un principe muy guapo, apuesto y rico. Si rompes el hechizo, me casaré contigo y viviremos felices. Cada día te llevaré en brazos y te regalaré flores y joyas...
«Érase una vez una niña. Era muy feliz y le encantaba perseguir las mariposas, corriendo por los hermosos campos verdes donde vivía. Un día soleado ella, como de costumbre, iba detrás de una mariposa azul, cuando, de repente, se topó con un sapo enorme lleno de verrugas.
¡Qué asco! -exclamó la niña, tapándose la boca.
-Es posible que te dé asco, pero soy un principe encantado.
NO puede ser -dijo la niña incrédula.
-¿Cómo puedo romper el hechizo?-preguntó la niña.
-No será fácil. Me tienes que llevar a tu casa, cuidarme, darme de comer, dormir conmigo en tu camita, darme muchos besitos, sacarme a pasear, hasta que un día te despiertes y veas que me he convertido en un príncipe. Entonces tu vida será como un cuento de hadas.
La niña escuchaba al sapo y ya no veía su piel llena de verrugas, sus ojos saltones y su boca babosa, solo veía a un joven guapo y apuesto, con cabello moreno y ojos verdes, también se veía a sí misma a su lado con un vestido blanco majestuoso, bailando en un castillo grande y lujoso.
Reprimiendo el asco, la niña llevó al sapo a su casa. A partir de aquel día su vida cambió por completo. Dejó de ir al campo para perseguir las mariposas, dejó de cantar y pasársela bien. Solo cuidaba al sapo que resultó ser muy caprichoso; le pedía cruasanes para desayunar, spaghetti con salsa bechamel para comer y ensaladas exóticas para cenar.
Dormía en la cama de la niña, dejando sus babas asquerosas por toda la sábana. La niña no paraba de fregar, cocinar y lavar la ropa de cama. No tenía tiempo para cuidarse; ya no se ponía vestidos bonitos, ni hacía peinados con lazos de colores.
Pasaron tres años y el sapo seguía siendo asqueroso; no se convertía en un príncipe azul.
A veces la niña lo miraba y le entraban ganas de echarlo a la calle para vivir como antes, pero luego empezaba a dudar y tenía miedo de equivocarse. «¿Y si falta poco?» «¿Y si mañana se despierta y el sapo se ha convertido en un príncipe con ojos verdes? Y otra aprovecha lo que yo hice? Y si no encuentro a otro príncipe y me quedo sola?
Pasaron meses. Ya nadie la podía reconocer. Estaba hecha un desastre. El sapo se hizo dueño de la casa y la niña se convirtió en su sirvienta.
Un día el sapo le gritó a la niña por haberle traído tarde su comida. Ella empezó a llorar y se fue de casa. Por el camino se encontró con un pajarito.
¿Por qué estás llorando?-le preguntó el pajarito.
-Un sapo repugnante y asqueroso vive en mi casa. Cada día limpio sus babas, le cocino y le cuido; estoy muy
cansada y no quiero seguir haciéndolo.
-¿De quién es la casa?-preguntó el pajarito.
-Es mía -respondió la niña, secándose las lágrimas.
-¿Y quién te trajo el sapo?
-Lo hice yo.
-¿Por qué?
-Porque me prometió que si lo cuidaba, se convertiría en un príncipe y se casaría conmigo, pero han pasado años y nada ha cambiado.
-¿Por qué no le echas de casa?
-¿Y si es verdad? ¿Y si ya queda poco para que ocurra el milagro? Me he esforzado muchísimo y me sabrá muy mal si lo dejo y se convierte en un príncipe.
-¿Y si pasas toda tu vida cuidándolo y jamás se convierte en príncipe?
-Ojalá lo supiera con seguridad -dijo la niña desesperada.
De repente sus ojos se llenaron de esperanza:
Podría ir a ver a la bruja que vive en el bosque. Es vieja y sabia, seguro que me dirá si el sapo se convertirá en un príncipe o no. Se puso muy contenta y se fue a ver a la bruja.
-Me gustaría saber si el sapo que vive en mi casa es un príncipe encantado.
La bruja miró su bola de cristal y dijo:
-Es solo un sapo repugnante y jamás será un príncipe.
La niña se puso muy triste y decepcionada.
«La bruja puede equivocarse. ¿Qué sabe esta vieja sobre los príncipes? Voy a ver a una hechicera», pensó la niña. La hechicera vivía en un castillo bonito con tres torres altas.
-Estoy tan cansada del sapo, pero me da miedo de que si lo echo de casa, perderé mi oportunidad de casarme con un príncipe.
La hechicera empezó a hacer sus rituales mágicos y al día siguiente le dijo:
-Es solo un sapo. Nunca será un príncipe. Es mejor que lo lleves al campo.
La niña escuchó a la hechicera y se marchó. Estaba furiosa:
-¡Me tienen envidia! -exclamó enfadada. Claro, ¿quién no querría casarse con un verdadero príncipe? Estoy segura de que todos mis sacrificios no han sido en vano.
Y la niña volvió con el sapo. Tuvo que escuchar muchas palabras desagradables por haberse marchado. Limpió la casa de la baba del sapo, le preparó la cena, le baño y le acostó.
El sapo se durmió contento. La niña, se acostó en la cocina, en una colchoneta pequeña e incómoda. Antes de dormir, como de costumbre, soñaba con casarse con un príncipe, con tener muchos hijos y un jardín lleno de flores. Se durmió y tuvo un sueño: iba por un bosque y vio su casa que estaba a punto de derrumbarse. En el patio estaba sentada una anciana que parecía una bruja malvada. La anciana llamó a la niña y le dijo:
-¿Me reconoces?
-No, nunca te he visto antes contestó la niña muy asustada. Yo soy tú en el futuro. Todo el mundo me decía que era un simple sapo, pero estaba cegada por el deseo de casarme con un príncipe. Pasaron muchas años y el maldito sapo asqueroso murió ayer. Lloré mucho por todos los años perdidos, por haberme convertido en una bruja vieja y amargada que nunca más pudo perseguir las mariposas, lloré por un príncipe con el que jamás me casaría.
-Mírame, mírame, soy tu futuro.
-No, no, -gritó la niña asustada.
-No me dejas dormir -oyó la voz del sapo. La niña abrió los ojos y vio al sapo en el suelo.
-Llévame a la camita y cállate-le ordenó el sapo. La niña recordó las palabras de la bruja del bosque y de la hechicera: «Es sólo un sapo».
Se levantó, le agarró fuerte y se acercó a la puerta. El sapo sintió el peligro.
-Eh, tú, ¿a dónde me llevas?
La niña abrió la puerta de par en par y tiró al sapo lo más lejos que pudo.
-¡Fuera! Y no vuelvas nunca más. No te voy a cuidar y acostarte en mi camita. Es mi casa y voy hacer lo que me dé la gana. Volveré a correr por el campo, perseguir las mariposas y disfrutar de la vida. Ya no creo en tus falsas promesas. Eres un simple sapo repugnante y asqueroso. Cerró la puerta y sonrió por primera vez en muchos meses.
Es un cuento con un mensaje muy profundo que nos enseña que no tenemos que aguantar humillaciones, malos tratos y desprecios a cambio de falsas promesas que nos dan nuestras parejas. Nadie nos puede hacer felices, ni tampoco hacer que nuestra vida sea un cuento de hadas. La única persona que es capaz de crear una vida de ensueño, eres tú, cariño. Confía en ti, mímate, cuídate y jamás permitas que tu felicidad y alegría dependa de un "sapo".