20201002

 

Carta de un padre 

a un hijo que juega 

a ser «punk».

 

La hilarante carta que un desesperado padre publicó en 1978 en la prensa para intentar que su hijo punk regresase a casa: «Tuviste cuanto apeteciste: estudios, buena mesa, fines de semana en la sierra, utilitario a tu nombre... Todo el consumismo contra el que, hastiado, tú escupes ahora», afirmaba.

Querido hijo: Lo de querido no es una equivocación aunque, de buenas a primeras, pudiera parecerlo pues, a pesar de todo, hijo mío resultas y, por muchos Ramoncines, promiscuidad sexual y chillido rock que le eches al tema, padre tuyo soy.

No sé si te alegrarán o no estas letras, pero importa que se­pas que aquí todos seguimos echándote de menos

Son muchos los años llenando con tu presencia cada rincón de la casa, cada recodo del corazón. Uno no sabe hacer literatura pero a la punta del bolígrafo acuden rápidas las palabras, sencillas palabras, ya ves, para decirte que toda la familia anda de veras entristecida y pesarosa por tu ausencia, que ya empieza a prolongarse dema­siado. 

Vacía de ti, toda la casa de ti nos habla: tu puesto en la mesa, tus libros, tus posters, tu cuarto, del que tu madre, la pobre, apenas sale. De mí, ¿qué te voy a contar? Para adentro me trago rabias y venenos, pues claro que me los trago, sin darle tres cuartos al pregonero; eso sí, aceptando tristemente el inmen­so fracaso de no haber sabido hacer de ti el hombre que soñé serias un día. 

«Que mi hijo sea un día el hombre que yo no he podido ser», fue el tema que selló tercamente mis horas de traba­jo, mis pluriempleos, mis vacaciones, por ti sacrificadas, año tras año. Tuviste así cuanto apeteciste: estudios, buena mesa, fines de semana en la sierra, utilitario a tu nombre... Todo el consumismo contra el que, hastiado, tú escupes ahora

¡Pues mira qué bien! Lo más probable es que andes en posesión de la verdad y que el mundo que nos ha tocado en suerte esté, efectivamente, mal hecho, pero a uno no le es posible evitar que los ojos se le va­yan hasta aquéllos que, mientras tú, guitarra en mano, cantas la corrupción del universo, caminan hacia su trabajo de todos los días, acaso con muy poca esperanza de que el mundo cambie pero intentándolo al menos.

Has de saber, de todos modos, hijo, que ésta continúa siendo tu casa y que aquí —pelillos a la mar— te esperan, con los bra­zos abiertos, todos los tuyos, siempre que vengas dispuesto a des­prenderte el imperdible de la mejilla colorada, a lavar los tejanos y, lo que es más importante, a trabajar en firme, verbo en el que —déjame que me desahogue diciéndotelo siquiera una vez— te da ciento y raya tu padre.

 

 

 

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