Existe una lectura feminista en su célebre Un ramito de violetas
(1974), el himno del hombre triste que escribe versos en secreto a su
esposa haciéndose pasar por un admirador: total, ella es feliz, así, “de
cualquier modo”.
Cecilia le hizo un traje a aquel drama doméstico y
machista: aludía a lo complicado que era entonces quitarse el disfraz de salvador de la familia, de héroe tosco y pragmático que trae el dinero a casa y no se para en minucias sentimentales, y cogerla de la mano para declararse bajito.
Es el hombre callado.
El hombre incapaz de expresar sus sentimientos sin sentir pudor.
El que prefiere hacerlo por boca de otro, o no hacerlo.
Una gran
fotografía de la masculinidad tóxica de las postrimerías del franquismo:
en el fondo, este caballero está lleno de buenas intenciones, de
detalles y de ternura, pero su propia cabezonería le ciega. Prefiere
mostrarse frío, distante, con "mal genio": para no soltar ni un ápice de
su poder.
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