Muerte de un maestro republicano
Llamaron a la puerta de la casa y su madre, la noche
ya encima, le rogó que no abriese la puerta.
Se lo llevaron. De camino a
la sierra, los falangistas pararon en una taberna a
abrevar y a él, mientras, lo amarraron a una argolla. Monte arriba,
cabalgaron sobre su lomo. Al llegar a la cima, “le cortaron los
testículos, se los metieron en la boca, le cortaron la lengua y le
quitaron los ojos… Y todo eso vivo, claro”. Luego lo molieron a palos y
abrieron fuego. “Eran tiros de escopeta, porque la cabeza estaba
desfigurada”. Muerte de un maestro. Primero de septiembre de 1937.
“Escuché hablar de él, desde pequeño, así como de
su horrible muerte. Cuando iba a casa de mis padrinos, que vivían en
Pol, por las noches contaban historias. Una versaba sobre una buena
persona que no le había hecho nada malo a nadie.
Mi padrino lamentaba
aquel asesinato y se sorprendía por la carnicería. La narración fue tan
contundente que siempre ha permanecido en mi memoria”, explica Gabriel, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Coruña. La descripción del macabro ritual se la escuchó a
Manuel Sarille,
socialista represaliado y padre de Xosé Manuel, quien dedicó su vida a
investigar el terror sembrado en Montecubeiro durante la Guerra Civil.
Aunque nada podría explicar el ensañamiento, la
parroquia de Castroverde fue escenario de un luctuoso suceso que
contextualiza el crimen. Un año después del golpe de 1936, dos guardias
civiles a la caza de varios fugados fallecen en un tiroteo, lo que
desata una feroz represión en este municipio del interior de Lugo. Una
lista pone en el punto de mira a 65 inocentes, de los cuales quince son
asesinados. Arximiro Rico da clases en una aldea de Baleira, un
ayuntamiento vecino, si bien frecuenta la zona y tiene amistades con
republicanos del lugar. Su cadáver fue abandonado en el límite entre
ambos municipios. “Lo dejaron tirado en el monte para extender la
sensación de terror”, explica Sarille, profesor de Historia jubilado.
Era un maestro ilustrado de origen humilde,
aunque también un hombre que echaba una mano a sus vecinos: curaba a
personas y animales, daba consejos sobre cultivos y repoblaciones
forestales, enseñaba las cuatro reglas a niños y formaba a escolantes… “Pasaba por rojo, pero era un republicano centrista seguidor de Manuel Portela Valladares,
quien estaba a la derecha de la Izquierda Republicana de Azaña”, matiza
Sarille. Tampoco era un ateo, sino un creyente que había desterrado el
crucifijo del aula. No daba clases de religión, mas regalaba catecismos a
sus pupilos para que los leyesen en sus casas.
Sin embargo, Arximiro encarnaba el progreso.
“Hizo un labor sociocultural que trascendía los muros de la propia
escuela: creó un coro, un grupo de teatro, una biblioteca circulante…
Elementos importantes para un lugar como aquel, muy aislado de los
núcleos grandes de población”, afirma
Narciso de Gabriel, quien
lo describe como “el maestro total”. De hecho, cuando le llegó la
muerte, estudiaba Medicina, al tiempo que daba clases mañana, tarde y
noche, pues preparaba a bachilleres y a maestros por libre. “Mataron,
pues, la esperanza de un futuro mejor para la gente del común”.
¿Por qué lincharon a un hombre bueno?
Quizás la
respuesta ya haya sido dada. “Ellos pretendían, además de vengarse de un
enemigo político, matar esa antorcha de luz y cultura”, asegura el
decano coruñés. Cuando dice ellos, se refiere a los poderes fácticos: el
cura y, por extensión, el obispado de Lugo; los caciques, agazapados
hasta que prendió la mecha de Franco; y los falangistas, una panda de
analfabetos de la zona, quienes hicieron valer la fuerza sobre la razón.
“Era evidente que la difusión de la cultura contribuía a erosionar esos
liderazgos tradicionales”, le explicó De Gabriel a
María Antonia Iglesias, quien también habló con su alumno Antón Arias: “Yo creo que si matan a mi padre no lo siento tanto…”.
José María Maravall, en el prólogo de Maestros de la República,
señala que detrás del asesinato subyace una campaña sistemática para
laminar la política educativa y cultural de Azaña. “Las razones de las
ejecuciones eran erradicar el espíritu de la República encarnado en los
maestros y en la educación; provocar un miedo generalizado. Esas razones
fueron reforzadas por las venganzas”. Porque en la ejecución de
Arximiro también hubo motivos personales: además de que los verdugos
eran vecinos, y no esbirros llegados de otros lares, él había tenido
roces con el cura de San Martín, cuyo hermano era un abogado falangista
de tomo y lomo que llegó a ser alcalde de Lugo.
“El cura observa cómo en la escuela aparece un
foco de luz que irradia sobre las gentes, funde las tinieblas, despierta
las conciencias y hace desaparecer la ignorancia”, escribe Sarille.
Arximiro, de algún modo, se convirtió en uno de los nuevos líderes
locales que habían desplazado a los estamentos tradicionales. Sin
embargo, “ante ellos tenían un clero ultramontano, una jerarquía que
creía poseer la verdad absoluta y trataba, en consecuencia y
naturalmente, de imponerla”. Así, fue expulsado de la escuela y
sustituido por una maestra adepta al franquismo. Recurrió y la autoridad
competente terminó dándole la razón, una humillación para sus
detractores y un motivo más para llevárselo por delante.
Así, cuando llegó el comunicado oficial que le
permitiría reincorporarse a su puesto, ya había sido asesinado. “En el
rural gallego, durante la Segunda República había comenzado un
proceso de sustitución de notables. Frente a caciques y sacerdotes,
brotaron nuevas figuras, como los maestros. Desde ese momento, el
enfrentamiento está dado porque él le segó al antiguo régimen la hierba
bajo los pies. Y de ahí el odio”, analiza Sarille. “Cuando los
liderazgos tradicionales y brutales tuvieron oportunidad de tomarse la
revancha, no ahorraron en medios ni en formas”, concluye De Gabriel.
Arximiro, pese a que era consciente de que la
guadaña falangista campaba por Montecubeiro, se confió y volvió a casa.
O, lo que es lo mismo, a su escuela, aunque no llegó a poner un pie en
ella. La última vez que su hermano Gumersindo lo vio, el maestro le
dijo: “Me sentenciaron a muerte por haber enseñado a leer a una aldea”.
QUE CADA CUAL SAQUE SUS CONCLUSIONES
DE LO QUE ACABA DE LEER.
YO YA HE SACADO LAS MÍAS.
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