BECQUER... EN VENTA.
“En Sevilla y en mitad del camino
que se dirige al convento de San Jerónimo, desde la puerta de la
Macarena, hay entre otros ventorrillos célebres uno que, por el lugar en
que está colocado y las circunstancias especiales que en él concurren,
puede decirse que era, si ya no lo es, el más neto y característico de todos los ventorrillos andaluces”.
Así
comienza el relato de “La Venta de los Gatos”, de Gustavo Adolfo
Bécquer.
Una narración que destila hechizo por entre sus poros
y en la que el poeta plasma la inocente algarabía de la vida con sus
amores de por medio, en una primera parte, y a su vuelta a la tierra,
después de muchos años, la pesadumbre que se le adueña. Y es que el
paisaje se volvió del revés y la vivencia era otra muy distinta: ni
guitarras, ni cantes, ni bailes, ni vasitos de vino con aceitunas…
Se
construyó el cementerio, cercano al ventorrillo, y la niebla cayó sobre
los matorrales inundándolos de una infinita tristeza. Pues que ya no era
lo mismo.
No, nunca fue ni parecido a partir de entonces.
Porque hoy no hay guitarristas y tampoco voces de caramelo que eleven a los cielos versos en la Venta de los Gatos.
El tiempo, el maldito paso del tiempo, en íntima comunión con la desidia
manifiesta de quienes fueron gobernando esta ciudad hasta la fecha,
acabó con un emblema cultural que de seguro ciudades relevantes del
resto de Europa lo hubieran conservado para la posteridad. Una seña de
identidad, que se le llama, añadida a la figura gigante e inmortal del
romántico por excelencia.
Sé que son bastantes las muestras de
cariño, admiración y pertenencia que parpadean en Sevilla por Gustavo
Adolfo y que, enmarcadas dentro de diversas disciplinas artísticas, hacen
que se le recuerde en sus respectivos aniversarios. Pero un servidor,
siempre ambicionó, para sus adentros, el acopio de todo lo que tuviera
que ver con el misterioso mundo de Bécquer.
Por eso, traigo hoy este “detalle” de inmueble, rabiosamente poético en su origen,
que uno en su inocencia siempre creyó que se le mimaría hasta el punto de que su completa rehabilitación se haría realidad un día… para el gozo de nativos y foráneos.
Mas, he aquí,
que en esta mañana, aciaga donde las hubiera, no se me ocurrió otra cosa
que acercarme de manera sigilosa y extraña al lugar en donde la bailaora Amparo y el hijo del ventero se amaron hasta la muerte.
“El carrito de los muertos / pasó por aquí, / como llevaba la manita
fuera / yo la conocí”. Y el guitarrero se volvió loco y se encerró en un
cuarto, y yo no acierto a comprender lo que estoy mirando, lo que
delante de mí se muestra como otra locura más de las personas que
pierden el alma en cuanto se agarran firmes a la vara del mando.
Que la
Venta de los Gatos, sevillanos de pro, tiene puesto el anuncio de “SE
VENDE”. Que una obscena “grafitería” rodea, sin miramiento alguno, esta
encantada casa preñada de inagotables sueños.
Que todos pasan y pasan... a
su vera, como si nada.
Que un trozo, del inmenso corazón de Bécquer, está en venta.
JConde