Hay (muchas) personas que viven
permanentemente cabreadas. Todo les pone de los nervios. Se molestan por
la foto que acaba de subir su exnovia a Instagram, por la forma de
masticar chicle del chico sentado frente a ellos en el autobús o por la
falta de consideración del compañero de trabajo que olvidó preguntarles
por su estupendo fin de semana. Le dan demasiada importancia a cualquier
cosa, y lo peor es que no pueden evitar hacerlo.
Y eso, claro, les genera estrés, malestar, frustración e infelicidad.
Se calcula, de hecho, que entre un 20 y un 30 por ciento de la
población tiene hoy día algún problema de tipo emocional que se podría
ahorrar. No en vano, España se ha convertido en el país con mayor
consumo de psicofármacos del mundo.
Sí, la gente sufre y pierde el tiempo con detalles insignificantes
con demasiada frecuencia. Muchas personas nacen (o se vuelven con el
tiempo) débiles a nivel emocional por muchas razones. Lo bueno es que la
situación es reversible y aún es posible conseguir un estado de ánimo
óptimo. Solo hacen falta un poquito de entrenamiento (en controlar el
pensamiento y el diálogo interno) y un muchito de fuerza de voluntad.
Mark Manson da algunas pautas en su libro El sutil arte de que te importe una mierda: un enfoque rompedor para vivir una buena vida (HarperCollins).
«El libro convertirá tu dolor en una herramienta, tu trauma en poder y
tus problemas en problemas un poco mejores. Eso es progreso verdadero
[…]. Te enseñará a cerrar los ojos y confiar en que puedes caer de
espaldas y aun así estar bien. Te enseñará a que muchas cosas te
importen una mierda. Te enseñará a no intentarlo», explica Manson,
responsable de un blog sobre autoayuda que supera los dos millones de
lectores mensuales.
Es necesario encontrar la comodidad dentro de la incomodidad y
aceptar que cuando uno trata de tenerlo todo, acaba logrando muy
poquito. No se puede tener todo en esta vida. Algunos lo llaman coste de
oportunidad: cualquier cosa que haces, por insignificante que sea,
cuesta algo, aunque sea indirectamente.
Por ejemplo, cuando tu jefe te invita a cenar fuera en un restaurante
caro un sábado por la noche, ganas el valor de esa cena pero, al mismo
tiempo, abandonas la posibilidad de realizar otras actividades
productivas que podrías haber estado haciendo en el tiempo que durase el
encuentro. Pierdes un rato de sueño. O un rato de televisión. O un rato
de risas con los amigos o la pareja. O un rato de trabajo en casa para
adelantar todo lo que aún tienes pendiente.
En su libro, una especie de manifiesto por la filosofía estoica
aderezado con un toque de humor, reflexiona sobre nuestra cultura: una
cultura que parece estar obsesivamente orientada a expectativas
positivas, pero poco realistas.
«Sé más feliz, sé más sano, sé el mejor, mejor que los demás. Sé más
inteligente, más rápido, más rico, más sexi, más popular, más
productivo, más envidiado y más admirado. Sé perfecto, maravilloso y
defeca lingotes de oro cada mañana antes del desayuno mientras te
despides de tu cónyuge modelo y de tus 2,5 hijos. Después toma tu
helicóptero particular que te traslada a tu estupendo y satisfactorio
trabajo, donde pasas tus días realizando actividades increíblemente
significativas que quizás, algún día, salven al planeta», expone con
ironía.
Parece evidente que la gente desea las recompensas sin los riesgos y
que siempre queremos más y más, lo que hace que vivamos en un estado de
decepción perpetua. Eso sí, determinar las pequeñas cosas que de verdad
importan en la vida tampoco parece tarea sencilla. ¿Cómo lograrlo
entonces?
Es necesario meditar mucho y tener un cierto nivel de autoconciencia,
entendida como la capacidad de observar los propios pensamientos,
prejuicios y tendencias (de forma honesta), desde la perspectiva de una
tercera persona, y emitir juicios sobre ellos. ¿Y cómo detecto si tengo o
no autoconciencia? Una persona carente de autoconciencia se pondría
como un basilisco y golpearía la pared del salón porque no es capaz de
hacer arrancar su ordenador portátil.
Después, se mostraría incapaz de justificar su acción o echaría la
culpa de lo que hizo enrabietado a cualquier cosa: su estrés laboral,
sus inquietos hijos o lo que escatimó el día que decidió comprarse un
ordenador más barato que el que realmente le gustaba.
En cambio, una persona con autoconciencia es capaz de recapacitar y
decir «me he enfadado, he perdido los papeles y no ha merecido realmente
la pena. Se me enganchó el abrigo y se ha roto. La lie por eso y me he
dado cuenta de que tengo ataques de ira. Tendré que tomar más conciencia
de mis acciones y emociones».
La autoconciencia emocional es un arma bastante poderosa y parece que
merece la pena trabajar en su desarrollo. La amiga que de forma
habitual llega tres cuartos de hora tarde a las citas, pero que siempre
pide disculpas y reconoce que necesita recordatorios. O el jefe con mala
baba, que de vez en cuando les pide disculpas a sus empleados por
soportar sus constantes y descontroladas idas de olla.
El hecho de que una persona reconozca los aspectos más negativos de
su carácter o personalidad nos acerca a ellos. En el momento en que
alguien reconoce sus defectos, no solo los perdonamos, sino que incluso
pasan a agradarnos.
No hay una fórmula mágica, pero es cierto que, a veces, para ser
feliz hay que conseguir que todo te importe una mierda en el momento
preciso. Pero ¿en qué consiste eso de mandarlo todo al carajo? ¿Se trata
de volverse una especie de sociópata o psicópata emocional? Para nada.
Manson explica lo que para él es exactamente que (algo o todo) te
importe una mierda a través de tres sutilezas:
Que algo te importe una mierda no significa ser indiferente; significa sentirse cómodo por ser diferente:
Asegura que la gente indiferente es débil y está asustada. «Son los
típicos que trolean en internet y se pasan la vida echados en el sofá.
De hecho, la gente indiferente a menudo intenta ser así porque en
realidad todo les importa demasiado». No es posible que todo te importe
un carajo. Siempre hay (o debería haber) algo que te mueve e importa.
Para que te importe una mierda la adversidad, primero debe importarte algo más grande que la adversidad: Si te pasas el día dándole demasiadas vueltas a cosas triviales y sin sentido que te molestan, como las fotos de perfil en WhatsApp
de tu ex, lo más probable es que no tengas mucho más en juego en tu
vida. Y este es el verdadero problema que deberías hacerte mirar.
Te des cuenta o no, siempre estás eligiendo qué es importante para ti:
Lejos de nacer con la habilidad de que las cosas les importen una
mierda, las personas suelen pensar que todo es relevante para su vida
cotidiana. «Cuando somos jóvenes, todo es nuevo y emocionante, y todo
parece importar mucho […]. Conforme nos hacemos mayores, con el
beneficio de la experiencia (y habiendo visto tanto tiempo pasar),
empezamos a darnos cuenta de que la mayoría de estas cosas tiene un
impacto mínimo y pasajero en nuestras vidas […]. En esencia, nos
volvemos más selectivos sobre las cosas que nos importan. Esto es algo
llamado madurez. Es interesante, deberías probarla alguna vez».
Esta etapa resulta bastante liberadora. Asumes que nunca vas a ser
una estrella del rock, ni vas a acabar con la corrupción política o el
hambre en el mundo, ni vas a poder ligar con Mario Casas. Te relajas y
te centras en disfrutar de lo que de verdad te importa. Cosas como la
familia, los amigos y, en su caso, la pareja.
Vivimos las emociones negativas de forma extrema y vemos la felicidad
como un destino utópico. Sin embargo, ser feliz puede ser lo más normal
del mundo, si uno es capaz de entender que no necesita mucho para estar
bien, huye de la enfermiza autoexigencia y disfruta de las pequeñas
cosas.
Manson asegura que la felicidad es una forma de acción y que se
consigue al resolver problemas. No es algo que descubres por arte de
magia cuando, tras el último aumento de sueldo que recibiste, tienes el
dinero para comprarte ese coche molón que tanto deseabas.
«La felicidad es un constante proceso en desarrollo, porque resolver
problemas es un permanente proceso en desarrollo: las soluciones a los
problemas de hoy sentarán las bases de los problemas de mañana y así
sucesivamente», explica el escritor y bloguero.
La felicidad, al igual que otras emociones, no es algo que uno obtenga, sino algo que uno habita.
No es algo que entre un día por la ventana de la cocina mientras
apelamos a la positividad y nos tomamos una infusión en una taza de Mr
Wonderful. ¿Cuándo ocurre entonces la verdadera felicidad?
«Cuando encuentras los problemas que disfrutas teniendo y resolviendo», expone Manson. A veces, esos problemas son bastante simples y pasan por cosas como pasar un fin de semana en una ciudad que aún no conoces o ganarle una carrera a tu amigo.
En otras ocasiones, esos problemas son abstractos y complicados,
como hacer las paces con ese familiar del que llevas mucho tiempo
distanciado o desempeñar un trabajo en el que te sientas medianamente
cómodo. Cabe entender, por tanto, que la felicidad no es un destino,
sino una manera de viajar.
Álex Ander